lunes, 12 de mayo de 2008

Control de lectura: Acerca de Octavio

Antes de opinar cualquier cosa sobre el poeta, necesito confesarme enormemente ignorante de su obra.

 

Creo que el pedestal en el que se encuentra puesto por los entendidos de las letras, siempre despertaron en mi un prejuicio –estúpido como cualquier otro–, ante un paradigma de la alta cultura; situación que me llevó a ignorar con más deliberación que indiferencia la escritura de Octavio.

 

Digo Octavio, precisamente, tratando de humanizar al personaje que parece tan lejano en las adulaciones de las personas que he referido antes, y que me hacen ubicarlo en una esfera totalmente distinta a la mía, llena de trivialidades, de juegos de video, de historietas, de bares de mala muerte y de amigos ñeros.

 

Pues toda esta falsa impresión hoy cayó con más fuerza que la cabeza de Zidane sobre Materazzi en el último mundial.

 

Sin hacer un falso alarde, las breves pero sugerentes líneas que el profesor agregó a la antología de Paz me hicieron de pronto olvidar toda la faramalla del nobel mexicano que se ensanchaba en el discurso erudito. No importó si fue de izquierda o de derecha, si fue embajador, si recibió tantos premios o si nació en Mixcoac; sólo importó la magia de la poesía.

 

Así, de “Entre el irse y el quedarse” al “Decir: hacer”, pasando por el compendio de “En Uxmal”, me fascinó cada una de las intenciones que cargaban sus palabras.

 

No sé si soy sensible o si Octavio lo fue, pero cómo no estremecerme cuando habla de la ingravidez de la poesía entre el decir y el hacer, de esa maravillosa confusión que rompe las barreras de los formalismos y permite a la poesía involucrar cualquier rincón de lo humano, poesía desde la boca hasta las manos, las piernas y los huesos. Pero lo mejor, ¡planteado todo esto ante una vaca sagrada de la teoría del discurso y del leguaje, como lo es Roman Jackobson! Me dieron ganas de volver a mis clases de Teoría del Discurso para azotar el poema en el escritorio de la maestra y decirle: ¡Ahí está dicho todo, ya no la haga de emoción!

 

Y el caso de Uxmal me deja sin aliento, sólo con imágenes y sensaciones. Tengo la fortuna de haber estado en Uxmal, pero aunque no hubiera sido así, la impresión hubiera sido la misma. Es que ¿cómo no maravillarse con las columnas que bailan con el sol, sin moverse, o con la luz que se despeña, o con el color del canto de un ave? Es la invitación más certera que he encontrado acerca el vivir este lugar. Yo vi a las columnas danzar sin moverse, según el movimiento del sol en el crepúsculo, y fui testigo del efecto de la gravedad en la luz que desciende por las montañas, y he sentido más de una vez un extraña frecuencia luminosa en el canto de un ave de la selva. De verdad que leerlo es volver a vivirlo, y lo es, incluso, con una viveza particular.

 

Pero si me he de quedar con algo de Octavio para esta clase, es con el texto de “Un aprendizaje difícil”, por dos principales razones.

 

La primera es porque nunca hubiera yo mismo hallar palabras tan certeras para describir el escozor y el sufrimiento inherentes a la juventud y a la vida del estudiante, a esa casi eterna adolescencia que le rinde tributo a su nombre a cada momento, y que me conflictúa por no oirlo mencionar en ningún lado, como si solamente en mi existiera.

 

La segunda razón es el reconocimiento que hace a la figura del maestro en cada momento, pues aunque lo retrata como casi un sádico, siento que se acerca más a la realidad que reafirma el carácter difícil del aprendizaje, en lugar de idealizarlo como algo bonito y divertido. Como dice Savater: “todo educador tiene que ser antipático, porque somos como las hiedras, crecemos contra la pared”.

 

Y en este último apartado reconozco y agradezco la férrea vocación y el esfuerzo que hicieron todos los maestros por cuyas clases he pasado, desde la miss Miriam, en el kinder, hasta el profe Juan Carlos.

 

Así como esta primera experiencia me ha permitido acercarme de forma más humilde a él y a llamarlo Octavio, estoy confiado en que mi gusto por su obra crecerá naturalmente hasta un momento en el que tenga la voluntad de llamarlo de forma sentida: Don Octavio Paz.

1 comentario:

FCPyS dijo...

Octavio Paz es antes que nada poeta. Yo no comparto su punto de vista sobre política. Pero su poesía me ha cambiado radicalmente la vida interior y espiritual. Hubo una vez en la Fac que un amigo, el mismo que habló sobre José Mariano Moziño, me aventó un libro sobre la paleta del mesabanco y me dijo: Mira pendejo, así es como se escribe sobre cosas importantes. El libro era Corriente alterna (Siglo XXI Editores), y en él están reunidos una serie de escritos de Paz sobre diversos tópicos: sobre Henry Michax, Huxley y las drogas, la poesía, la palabra, Remedios Varo, André Breton, Baudelaire, etc. Desde esos años y lecturas cambié la opinión que gente ignorante hacía sobre su obra y sobre su persona. Cuando empecé a leer su poesía me imaginé que era un muchacho el que escribía, pues su poesía parecía tocada por ese eterno deseo de escritura que tienen los jóvenes. Yo te invito a que leas Árbol adentro o Piedra de Sol o Blanco. Y no es Don Octavio Paz, es simplemente Octvaio Paz, el poeta.
Un abrazo.
Juan Carlos