jueves, 15 de mayo de 2008

Control de lectura 6. Diseño del libro

Después de haberse hecho cargo de la parte verdaderamente importante, el proceso editorial pasa a lo que, a simple vista podría parecer un aspecto banal, que es el diseño del libro.

 

Hago hincapié en la ironía que existe en este paso, porque podría cuestionarse la importancia de un buen diseño en un libro de un contenido de verdadera calidad. Es decir, ¿qué caso tendría buscarle un atractivo adicional a las obras de Shakespeare, o García Márquez, si de cualquier forma lo que importa es aquello que las letras nos muestran?

 

Pues bien, creo que aun en el caso de obras y autores reconocidos, que venden por sí solos, un buen diseño puede hacer la diferencia de una edición respecto a otra, por muchas razones. Ya sea el arte gráfico del diseño, la facilidad de lectura por sus características de impresión y composición o la elegancia que puede significar tener una pasta dura con un buena camisa.

 

Personalmente valoro la importancia de la tipografía, el interlineado, el tamaño y el espaciado para poder disfrutar una lectura sin más esfuerzo del que debería de demandar, pues creo que es fundamental para considerar a la lectura como una opción de actividad. Si a un niño se le muestra un libro, así sea de cuentos amenos, con una presentación inadecuada estoy seguro de que causará una impresión negativa; situación contraria a una edición con ilustraciones adecuadas, con una tipografía amena y una disposición de los elementos que lleve al niño del atractivo gráfico al contenido simbolizado del mismo cuento.

 

Asimismo, el valor de un buen diseño se acentúa en el sistema económico extremadamente competitivo en el que nos encontramos inmersos. Más allá de ponderar el trabajo de un diseñador como forma de garantizar que la lectura llegue a más gente, se trata de hacer que un libro llegue a más cajas de cobro en las librerías. El mismo proceso editorial resulta inútil si no compra con su objetivo económico y no reditúa un beneficio a la casa editorial para darle continuidad al mismo proceso, en otras obras.

 

Para esto, el autor esboza una serie de características que el editor, como encargado general del proceso editorial, y el diseñador, como el encargado del proceso de edición en lo específico, deben de considerar para llevar su empresa a buen puerto.

 

Sin duda, la primera y más importante de ellos es el manejo del papel, pues es un costo que varía directamente según la utilización que se le dé, relativamente sin importar el tiraje. Para esto el diseñador tiene la imperiosa necesidad de definir el número de páginas, de acuerdo al número total de caracteres del manuscrito. El método que proporciona la lectura, a pesar de su sencillez, parece ser el más eficiente para esta tarea. El objetivo consiste en colocar la mayor cantidad de información en el menor número de hojas, vigilando siempre la legibilidad y el atractivo.

 

Otra característica de particular cuidado, también a cargo del diseñador, son las distintas variantes de impresión, pues como sabemos, la tinta representa también un costo directamente variable, de acuerdo al número de ejemplares.

 

El aspecto de la impresión implica el conocimiento de los diversos procedimientos que hay para ello, como también del mercado que agrupa a los distintos impresores, bodegueros, distribuidores de papel y a la tecnología que existe disponible, como sus continuas mejoras.

 

De igual manera, existen otros momentos no menos importantes del proceso editorial, que involucran la labor del diseñador, tienen que ver con la selección de todos los materiales que conforman al libro –pegamento, tela, hilo, tintas, papel, plásticos, ilustraciones, etcétera–, como también la creación de sus partes más importantes, que son la portada y los forros, pues son el rostro del libro y su tarjeta de presentación.

 

También tiene mucha importancia para el diseñador encontrar la congruencia entre su trabajo y el producto de todo el proceso editorial previo, que agrupa las tareas del autor, del editor, de correctores, consultores, entre otros. Entre todos ellos se ha manejado ya una línea de trabajo que representa la idea general del libro, por lo que el resto del proceso se encuentra proyectado en un sentido, y el diseñador haría mal en ignorarlo.

 

Es decir, la necesidad de crear un libro de distribución popular no puede involucrar materiales de alto costo, o tipografía, letras capitales, cornisas e ilustraciones más apegadas a un sector socioeconómico que no le pertenece a la clase popular al que dijimos estará dirigido.

 

Aunque en la lectura no se especifica, supongo que al diseñador se le trata de dar la mayor libertad de acción para que se desenvuelva en sus actividades. A fin de cuentas, es un proceso creativo y el arte se opone a la la constricción, pero todo lo que se hace en el proceso editorial –como en la vida– obedece a circunstancias ajenas que no podemos ignorar o controlar.

 

El diseñador debe de ser un excelente mediador entre el arte, que demanda muchos recursos sin esperar nada a cambio, y la ciencia de la venta, que se rige por el principio contrario de obtener todo lo posible, esperando dar nada a cambio. Es una situación paradógica que confronta a la infinita imaginación humana, con su realidad pragmática, que la reduce y la comprime para otro fin.

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