miércoles, 5 de marzo de 2008

Definición de empresa

El concepto de empresa posee diferentes contenidos según se considere a ésta como perteneciente a una sociedad socialista o a una capitalista. En esta última, en cuyo seno surgió, la empresa no es únicamente la unidad básica de producción sino también, y de manera fundamental, centro de decisión económica.

 

Efecivamente, la empresa capitalista, cuyo objetivo fundamental es la obtención de beneficios, posee, dentro del orden jurídico en el que se encuentre, la libertad de orientar su producción del modo que juzgue más conveniente. Así, es el mercado el marco dentro del cual adopta sus decisiones y la referencia constante de su actividad.

 

En las sociedades socialistas, los capitales y bienes de equipo de las empresas son de propiedad estatal. No interesa, por tanto, la obtención de un beneficio privado, y los objetivos empresariales son definidos dentro de la planificación económica general del estado. En los países socialistas, las empresas se reducen pues, en teoría, a meras instituciones productoras de los bienes cuya creación se les encomienda.

 

Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que, siendo en todo caso de principal importancia las diferencias existentes entre ambos modelos, en la práctica las empresas de los países socialistas suelen gozar de una autonomía mayor que la que teóricamente les correspondería y que, por el contrario, tampoco las empresas de las economías capitalistas tienen como único objetivo la consecución del máximo beneficio, ni regulan todas ellas su producción exclusivamente por el mercado.

 

Las empresas pueden ser clasificadas, fundamentalmente, tendiendo a su estructura jurídica, a su actividad, a la titularidad privada o pública de su capital y a sus dimensiones.

 


BIBLIOGRAFIA

 

ENCYCLOPAEDIA BRITANNICA PUBLISHERS, INC. Enciclopedia Hispánica, US, 1994, pp. 08

Control de lectura 2. La Involución del trabajo en comunicación.


Algo que me queda claro de todo lo esgrimido en el texto de Dênis de Moraes es que, más temprano que tarde, recibiremos como generación de comunicólogos un mercado laboral mucho más estrecho que nuestros antecesores debido a la "bendita" convergencia tecnológica que, de la mano de la lógica de mercado, desecha cada vez más empleados en lugar de propiciar empleos.

 

Digo, soy siempre adverso a la simplificación de la realidad y también a ver la vida con más negrura de la que ya tiene, pero cada nuevo texto que me proporciona datos contundentes me hace más difícil entusiasmarme con la idea anacrónica de titularme con alguna especialización periodística, pedir trabajo en algún medio y viajar por el mundo haciendo corresponsalías, críticas, notas, reseñas, crónicas y demás.

 

No imagino como un común denominador el caso del graduado de la FCPyS que acude a producir dentro de alguna filial de Time Warner, o de Viacom. O el de algún periodista que novele anualmente un libro para Mc Graw Hill para poder vivir cómodamente. Ni siquiera me animo a considerar un trabajo estable dentro de Televisa, Televisión Azteca, Grupo IMER o algún otro gran corporativo mediático mexicano como una posibilidad real de solucionar mis necesidades profesionales y económicas como en antaño solía suceder.

 

En un concepto de trabajo tradicional y justo creo que vislumbro el caso de un mexicano de los 60's que podía graduarse de ingeniero en el Politécnico, desarrollar una carrera en cualquier área de PEMEX, ascender en el escalafón organizacional y terminar su carrera con una jubilación decente, teniendo garantizadas ciertas prestaciones hasta el final de sus días. 

 

No obstante, aunque dicha idea del periodista activo y viajero tiene un aire de romántico, del cual he tomado un gusto indispensable para seguir en esta carrera, la realidad me da bofetadas cada día con índices, datos, testimonios e imágenes que me dan bastante material para pensar con toda la ecuanimidad de que soy capaz, qué voy a hacer.

 

Pese a lo fatalista que pueda leerse lo que arriba he escrito, creo que no hay que tirarnos a la amargura o a las decisiones impulsivas, sino considerar dos realidades:

 

Primera. Que el sistema no va a ser condecendiente con nosotros después de que no lo ha sido con otros miles de millones de personas en todo el orbe, no importa lo buenos que creamos que somos. Ya sé que somos únicos, pero es por demás ingenuo pensar que nuestra gracia personal nos salvará de un sistema impersonal e inmisericorde.

 

Incluso viendo en puerta un cambio producido por algún movimiento social o por alguna reforma legislativa o un revés inesperado en el mundo, alguna convicción profunda me insta a creer sólo aquello que a grandes rasgos puedo controlar. No voy a esperar que una revolución idílica desintegre a los grandes holdings en pos del bienestar social nacional o global, ni nada por el estilo.


Teniendo así la situación, no queda más que apretar los dientes y hacer de tripas corazón, teniendo la mente fría para pensar alguna solución en lugar de emborracharse, cortarse las venas o echarse a llorar.

 

Segunda.  Como con los borrachos o con los drogadictos, es preciso haber asimilado la existencia del mal para poder superarlo; del mismo modo, es necesario asimilar la primera aseveración con sensatez antes de continuar a esta segunda y poder encontrar algún paliativo para el problema. 

 

La solución real no parte de ninguna receta. Esta es la primera receta que tendríamos que tomar en cuenta. El éxito no se vende, y el anteponernos a las circunstancias requiere de mucho más que cualquier intento ajeno de explicación el mundo para su control. Es decir, el discurso trillado de "titúlate, aprende inglés, ten experiencia laboral, trabaja duro" puede ser útil en mayor o menor medida que se acomple a nuestro caso. No está de más recordar que Fox no estaba titulado cuando llegó a la presidencia, o que Slim no hablaba un inglés fluído cuando construyó su emporio.

 

Es por ello que necesitamos un estudio previo que nos ponga en contacto con la mayor cantidad de aristas del problema, y que pensar en una solución integral que se inscriba de manera personalizada en el contexto de nuestras posibilidades reales. 

 

Al respecto valoro mucho la actitud que nos infundió el profesor Efraín, quien aseguraba que no todo en la vida es una pretensión de teorizar, una pretensión del conocimiento por el conocimiento. Aunque dicha concepción no está forzósamente peleada con la de la producción y el consecuente ingreso. 

 

Es decir, ¡deberíamos de ser lo suficientemente sesudos para conciliar una idea con la otra! Deberíamos de ser capaces de crear algo desde lo más profundo de nosotros y de paso, "get some money in the pocket", como decía Efraín.

 

Ahí estaba el celebérrimo caso del alumno que se graduó de la FCPyS, produciendo un manual interactivo de inducción a la vida universitaria para la Universidad Panamericana, como proyecto final de tesis. ¿Qué tal eso? Mató dos pájaros de un sólo tiro. Ese sencillo caso explica más de lo que muchos podríamos decir en todo un tratado. También está el caso de estudiantes de la Anáhuac que diseñaron desde sus días de estudiantes un modelo mediático, que consistía en meter monitores planos al área de comida rápida de Perisur para meter contenidos y vender espacios publicitarios. ¡Ahora tienen lana los muy cabrones! cosa que no van a tener cien eruditos salidos de la FCPyS por su cerrazón a las opciones laborales tradicionales y viciadas.

 

Bueno, que quede ahí la reflexión, no le vaya a pisar un cayo a alguien.

domingo, 2 de marzo de 2008

Control de lectura. Complemento a lo que ha dicho el Monsi


Bien entrados ya en una era caracterizada por grandes cambios a nivel mundial en todos los ámbitos, el replanteamiento del tema de la lectura debe ser acompañado de una perspectiva integral que ubique dentro de su justo contexto a dicho fenómeno.


El mundo contemporáneo, globalizado, capitalista y demás ha trastocado profundamente la concepción cultural que permaneció en relativa calma durante años, así como a todas sus manifestaciones, volviendo necesaria una aproximación más concienzuda a las primeras nociones etimológicas y a la evolución de estas como punto de partida para tratar de comprender lo que hoy vivimos.


A manera de ejercicio inductivo, me gustaría usar un ejemplo proporcionado por Monsiváis en su texto para no perder su línea y simplemente complementarla. El fenómeno de los best sellers y libros de superación personal no puede descontextualizarse de un patrón de la contemporaneidad en el que se desarraiga al individuo de vetas identitarias profundas con el objeto de incorporarlo al sistema productivo que justifica la globalización. Las consecuencias existenciales de esto se manifiestan en una especie de patologías sociales que se generalizan a la par de los avances culturales globalizados. Es decir, unido al próximo Starbucks, a la nueva línea de Ikea o a otro acuerdo comercial en la región va un aumento en el número de suicidios, en el consumo de antidepresivos, en la proliferación de sectas religiosas, y, a lo que me he propuesto llegar: libros de autoestima y superación personal.

 

Mi afán no es describir al sistema que nos rige como un ente malévolo y perverso que nos observa con ojos demoniacos esperando cualquier oportunidad para exprimir nuestro capital y manipular nuestra conciencia. Una percepción de este tipo suele ir acompañada de razonamientos viscerales en los que se alude a las revoluciones sin sentido, o a las ansias de restructurar el orden vigente desde no se qué principios.

 

Sin embargo, creo necesario ubicar primero la situación en que nos encontramos en todos los niveles –individual, familiar, social, nacional, global, etcétera– antes de elegir alguna vía de acción con vistas a algún objetivo determinado.

 

Algo que reconocí gustoso en la exposición del autor, es que deja de lado las posturas maniqueas en que suele caer la percepción de la lectura. En lugar de hablar de ella como una panacea o como la idílica solución a los males modernos, simplemente esboza elementos reales que constituyen una necesidad de lecura y las consecuencias de la falta de ésta.

 

Hago hincapié en esta idea consierando los hábitos universitarios de la FCPyS en que nos inscribimos, pues dado a que la crítica por la crítica suele ser el pan de cada día, por momentos se dejan oir en los alrededores voces que critican a los funcionarios de educación, la calidad de las ediciones de los libros de texto, a las activiades culturales del gobierno de Distrito Federal o a los persistentes y floridos errores en el léxico de Vicente Fox, haciéndolo con una actitud petulante que raya en una pretensión de erudición que pareciera justificar su crítica por el hecho de que se hayan dentro de la H. Universidad, sin siquiera tener una idea suficiente de quiénes son los funcionarios de educación, cuales son los libros de texto o quién es Jorge Luis Borges –centrándome en el caso de los que se burlaron de Fox por lo aquello de “José Luis Borgues”, sin jamás haberlo leído.

 

En el mismo tenor, quiero hacer énfasis en las conclusiones que esboza Monsiváis respecto a preguntas anacrónicas –y por demás nefastas– que se han planteado en torno a este asunto:

 

1. No hay un valor de la lectura que no se encuentre en relación con la percepción que cada quien tenga de ella, claro está, tras haber leído verdaderamente.

 

Con esto quiero decir que la lectura no es un sacramento cultural que nos ilumine con su gracia con el simple hecho de existir, y su importancia real no puede ser considerada en abstracto, sino que debe de ser hecha, forzósamente, tomando en cuenta las aportaciones que la lectura haya hecho en cada persona. La vida es la verdadera unidad de medición para contabilizar los efectos y la importancia de la lectura.

 

2. ¡La lectura no humaniza!

 

 No sé de dónde habrá sacado el autor tal consieración o si tal vez haya sido una formulación propia, pero me parece la más vil de las posturas elitistas alrededor de la lectura como parte de la alta cultura.

 

¡Como si fuéramos monos que se van erguiendo conforme leen!

En este supuesto idiota puedo agüir que conozco entonces a más monos decentes por su naturaleza simiezca que lectores decentes por su hábito culto.

 

La lectura es, como cualquier otra cosa, un elemento susceptible de ser incorporado a la vida de cualquier persona con la posibiliad de cualquier efecto, bueno o malo. No necesariamente se puede hablar de la lectura como la medicina contra la imbecilidad, de hecho, puede ser totalmente al revés. ¿Qué no Alfonso Quijano se quedó imbécil por leer tantos libros de caballería? ¿Qué no los peores actos de violencia fundamentalista han tomado como justificación la palabra de las santas lecturas? ¿Qué no escribió Locke que “la sabiduría se obtiene leyendo no ya en los libros sino en los hombres”?

 

Por cierto, la última pregunta me sirve como introducción a una cuestión final sobre la lectura como hecho, y a la crítica de la lectura. El afán deificador a ultranza de la lectura me ha dejado ver desde mi infancia como pseudointelectuales miran por encima el hombro al resto de la gente que no comparte esa aspiración elitista.

 

Recuerdo a personas que creían recibir un reconocimiento tácito de quienes las escuchaban decir que habían leído todos los libros de Harry Potter. Pues bien, yo jamás leí Harry Potter y siempre guardé la profunda convicción de que esa persona no era más que yo, si consideraba su pobre argumento.

 

Por el contrario, siempre he gustado de quienes saben leer en la vida diaria elementos riquísismos en significación y en aportación cultural. Recuerdo con cariño las historias que mi abuela contaba sobre los más nimios aspectos del pueblo donde ella creció; las fiestas, las calendas, las posadas, los rosarios, los rebozos, la yunta, la milpa, los bueyes, Dios, el santísimo, el muerto, el río, el agua de chía, las almohadas de pluma, el olor a lluvia, la canícula, las lajas de piedra de la iglesia, el rumor del viento, el trino de las aves, la barbacoa calientita, los tamales… Para mi tiene más valor eso que conocer la provincia a través de la obra de Juan Rulfo, por magistral que ésta haya sido. No lo hago simplemente por comparar, sino por agregar un contrapeso real al sentido de la lectura como ventana al mundo, pues si me encantó conocer la espectralidad de la provincia mexicana a través de cada detalle de Comala, igualmente me encanta reconocer en el pueblo de mi abuela cada verdad detrás de cada detalle de Comala.

 

Como una especie de conclusión, prefiero quedarme con una aproximación sensata y fuerte sobre el valor de la lectura se esgrime en los primeros párrafos del texto.

 

"Gracias a la lectura, cada persona se multiplica a lo largo del día. El impulso del personaje de un relato, de una atmósfera literaria, de un poema, renueva y vigoriza las opiniones morales y políticas, vuelve por una hora un poeta o un narrador al que complementa con imaginación lo leído, ayuda a situarse ante el horizonte científico o social, vigoriza el sentido idiomático. Así sea a contracorriente de algunos textos, la lectura es el ingreso a la racionalidad, la fantasía, la grandeza de los idiomas, el don de extraer universos de la combinación de las palabras."