miércoles, 26 de noviembre de 2008

Necesidad de leer a Fuentes


Entre todos los comentarios, todos los invitados de honor, toda la algarabía literaria, la alta cultura y los apuntes mediáticos algo se ha perdio alrededor del 80 aniversario de Carlos Fuentes. Ese algo es, nada más y nada menos, la necesidad imperiosa de leer su obra, pues no se puede en ningún momento dar por entendido, con base en elogios externos, que Fuentes sea un gran escritor. Para afirmarlo así hay que partir de una convicción propia que sólo puede haber emanado de la reflexión de su lectura.

 

El eterno problema interpretativo queda solucionado en eventos pomposos donde grandes concurrencias aplauden al autor de quién sabe qué libros y por sepa Dios qué méritos literarios reales. Total, no hay porqué saber esto, basta con que lo sepan los especialistas, escritores y catedráticos que tienen la capacidad para hablar por el infelizaje. Las ausencias en mi cabeza nunca me han impedido azotar las manos al ritmo de la borregada – frase que vibra en el inconsciente de muchos mexicanos.

 

La profundización al menos un par de obras esquemáticas de Don Carlos puede ser más productiva que conocer las versiones indirectas que reproducen los medios o especialistas, las cuales varían infinitamente en su grado de credibilidad. De hecho, aun en el supuesto de tratar con el mayor experto en literatura mexicana o en la obra de Carlos Fuentes, o aun consultando el medio más prestigioso de contenidos culturales, nunca dejará de ser una intepretación que, de entrada, nos pone barreras entre el fenómeno Fuentes y nosotros mismos.

 

No todo esto ha caído en saco roto. Apenas en la inauguración de estos festejos el presidente Calderón anució la impresión de 350 mil ejemplares de varios libros de Fuentes para ser distribuidos en escuelas públicas de educación primaria. Esto de la misma manera en que muchos de nosotros hemos sido introducidos a la lectura a través de Aura durante la secundaria, preparatoria, o incluso en nivel licenciatura.

 

No hay como el sentir genuino de asentir con la cabeza un comentario, o de aplaudir con la gratitud llevada a las manos para ser justo con un autor que tanto ha aportado a nuestra cultura y a nuestra sociedad, no solamente a nuestras letras.

 

Esta oportunidad de acercamiento nos permitiría ser honestos con circunstancias y personajes planteados en esos libros. Conocer a Fuentes todo el año, no solamente en conferencias magistrales o ruedas de prensa.

 

Tengo el gusto de saber de Fuentes cada que reflexiono en mi ciudad, la Región más transparente; tengo el gusto de saber de Fuentes cada que encuentro un color verde profundo en el Aura e identifico la nostalgia paradigmática de nuestros vecinos del norte en algún Gringo viejo.

 

La negación de esto sólo nos coloca en el papel de aduladores y salameros que intentan afirmar su conocimiento cultural en elogios vacuos para una persona que hoy en día se afirma como una convención social de “Literatura”.

 

El valor real de los libros de Carlos Fuentes es contener elementos ricos y próximos a nostros como mexicanos y como seres humanos, los que tienen la capacidad de ser aprehendidos por nuestro humanismo para apropiarnoslos e identificarnos con ellos.

 

Es por esto que el mejor homenaje que se le puede hacer al señor Fuentes es solamente, simple y llanamente, leer sus libros. De esa manera seríamos sensatos y no extravagantes, seríamos auténticos y no hechos en serie por la televisón, seríamos lectores y no payasos

lunes, 20 de octubre de 2008

jueves, 12 de junio de 2008

Vistas de Charleston







Crónica de viaje

Ironía o Revelación

 

Volando por primera vez a EU, mientras veo en los monitores del avión Norton y los Quienes. Tal vez el Supremo Jebús quiere que no me quepa la menor duda de que existen muchos mundos más allá del mío, tanto afuera como adentro.

 

Veo en la pantalla a un cabrón elefante hablándole a una ciudad de pequeños monitos.

Pienso: ¡Qué chingón, saber de pronto que hay muchos seres más a quienes puedo hablar y que me pueden escuchar! Mas aún, que dependen de mí y yo de ellos, sin siquiera saberlo.

 

Pienso en toda la flora bacteriana colapsándose en mis tripas y en la gastritis que me aqueja desde hace días. Nos debemos mutuamente, pero no nos conocemos, ni nos entendemos.

 

De pronto vuelvo a mí. “Coffee or sugar”, me pregunta una güera bonachona que me trae el té. Volteo hacia mi costado y veo una infinidad azul repleta de caprichos blanquecinos.

 

Tal vez ni siquiera soy conciente e mi pequeñez respecto a un gran mundo al que me dirijo. Tal vez, igual, sea un gran mundo que al rato me quedará chico. Tal vez muera antes de saberlo.

 

La realidad es mucho más grande de lo que ven mis ojos. Sólo espero que mi corazón y mente no exploten al querer aprehenderla.

 

Ojalá que pueda acabar como el cabrón de Horton, cantando la misma canción con mis diferentes mundos. Qué buena rola sería...

 

                                                            Avión 757 de Delta AirLines

       En algún punto el Golfo de México

                                                                        5 de Junio de 2008

sábado, 24 de mayo de 2008

domingo, 18 de mayo de 2008

Control de lectura. Mis robots

Ahh sí, me faltaba el control de lectura sobre el texto de robots y moustros –como decía de chiquito–, que mandó el profesor.

 

Creo que el tema tiene muchísima tela de dónde cortar, y por la misma ambigüedad podríamos hablar como merolicos por cuartillas y cuartillas, sin llegar a decir realmente algo. Entonces, aprovechando la egolatría que pregono en mi bloc, remitiré el comentario a experiencias personales que me ayudan a ubicar el tema.

 

Al respecto, y para extender la lista aún más de lo que lo hizo Aldo en su blog, quisiera recordar a otros robots, junto con monstruos y mezclas de ambos que son relevantes, al menos para mi.

 

 

 

El Tamagochi.

Que se aprovechó de la chaquetez de miles de niños en el mundo que, por el aislamiento posmoderno, la globalización o por tontos, no podían conseguir amigos de verdad, entonces realmente consideraron entablar una relación con un aparatejo parecido a un huevo.

 

El Chupacabras.

Demostró que la bioingeniería política mexicana está a la vanguaria de la investigación, ya que fue capaz de desviar la atención de la raza sobre coyunturas sociopolíticas importantes a un espectáculo mediático que se convirtió en playeras, muñecos, máscaras de Salinas con colmillos, una canción de merengue y hasta en comentarios populares.

 

Atari.

A diferencia del nefastísimo tamagotchi o del perrito electrónico que hacía como que ladraba, el Atari hizo realidad esos aires de relación emocional entre hombres y máquinas que tanto presagiaron las novelas de ciencia ficción, por lo menos entre niños y máquinas, pues enamoró a toda una generación que ha crecido felizmente con las consolas y los videojuegos, diferenciándola de los rucos que todavía les da miedo encender la computadora.

 

Los burócratas del IMSS.

Aunque no son producto de la ficción, sino de las condiciones de la seguridad social en México, operan con el mismo automatismo que los trabajadores de Metrópolis, pero con algo más de colorido y despotismo. Empero, si se le rasca un poco a esa fachada metalizada de gordito –a- de escritorio con  lentes y una torta de jamón junto a tu expediente, se puede hallar a un ser humano como cualquier otro.

 

Fox en sus últimos años de su sexenio

Después de algunos años de que su vieja le chupara la jovialidad mostrada en su campaña del 2000, el ex presidente llegó al 2006 haciendo gala de características propias de un robotito de medio pelo, como torpeza política, insensibilidad ante los problemas sociales, ineficiencia administrativa y hasta mecanización corporal que hacía parecer que le daban cuerda cuando tocaba la campana en el grito de independencia.

 

 

Y otros mo menos importantes…

 

Robocop, Megaman, Mazinger Z, las máquinas de escribir de Naked Lunch y el reproductor de acetatos de mi abuelo

 

Control de lectura 9: Promoción

Como complemento al proceso de venta, el capítulo 9 se refiere a la promoción del libro, pero hace hincapié en los recursos más comunes para desempeñar su trabajo. Quiero decir que se habla de la promoción de una manera determinante para la venta, que como se había señalado en el capítulo anterior, es también un momento determinante para todo el proceso editorial.

 

El arte de vender, de atraer y de seducir, como muchos autores se han referido a la publicidad, ahora se analiza como promoción, precisamente por la posibilidad que tiene de enmarcar a muchos procesos publicitarios, y establece con mayor claridad la actividad en torno a la industria editorial.

 

Al igual que todos los pasos previos, la promoción del libro se encuentra ceñida a las características particulares de la obra en cuestión, de tal manera que un libro con la particulariad del rubro de análisis científico difícilmente podrá llamar la atención, y por tanto, ser comprado por un amplio sector de mercado. En el lado opuesto, las novelas y la ciencia ficción es más suceptible a difundirse con métodos más ambiguos, mientras se espera que tenga una eficiencia de ventas similar al caso anterior.

 

Para no citar todos los métodos descritos por el autor, pues sería ridículo si se considera lo puntual que lo ha hecho, sólo quisiera comentar que tales métodos oscilan entre la cantidad e intensidad de impresiones que el posible comprador tenga de la obra. Parece una obviedad, pero subrayo la maquinaria mercadotécnica que nos puede enterar de un libro en los parabuses, vallas, anuncios espectáculares, revistas, diarios, internet, programas radiofónicos o televisivos, o en infinidad de oportunidades más, en contraposición a la idea de enterarte del libro sólo cuando visitabas una librería y lo distinguías por su forro y su sinopsis.

 

Es decir, la promoción se encarga de llevar la idea del libro a ti, y no al revés. Quien sea puede ocuparse en algo totalmente ajeno a la lectura, al tema del libro, o al autor, mientras recibe el mensaje en un medio impreso. Entonces, el mensaje ya está ahí, independientemente el nivel de recepción y las exquisiteses con que la publicidad lo estudia, está presente el hecho del mensaje depositado.

 

Desde luego, los métodos de promoción se estrechan y se ensanchan a medida que se consideran otros factores. Por ello es comprensible el gasto de la editorial en ejemplares de reseña, pues aunque es un aparente regalo de un libro, puede esto repercutir en una publicidad en un medio y a cargo de una persona reconocida. Así, el sistema se ajusta de forma similar en la promoción por correo y la elaboración de catálogos para libreros.

 

Entran en otro nivel las presentaciones del autor, que no se involucran directamente con las ventas, pero definitivamente en la dimensión del fenómeno publicitario alrededor del esfuerzo editorial. También destaca la labor del representante de ventas, que curiosamente no especificó el autor como propio de sellos editoriales grandes, por lo que me atrevo a pensar que es un elemento indispensable en cualquier grupo, ya sea teniendo el título o no. Me refiero a que en las empresas chicas y medianas probablemente hasta los mismos editores realizan la labor de ventas, si no es que también correctores, diseñadores y demás colaboradores.

 

Las listas de compradores tienen un peso específico en la construcción de un mercado potencial, para lo cual las editoriales se pueden valer de colaboraciones ajenas, como señala el texto en el caso de la editorial trabajando con una librería. El editor paga los folletos y el envío, y el librero facilita la lista de destinatarios a quienes llegará la promoción.

 

Los créditos y los cupones son elementos más complejos en la promoción, y supongo que se encuentran mayormente presentes en países industrializados, pero creo que es conveniente tenerlos en consideración para seguir evolucionando las oportunidades de promoción.

 

Me llama la atención la poca difusión que tienen los libros en la radio y en la televisión. Pareciera que se encuentran enfrentados el lenguaje audiovisual y simbólico hasta en términos propagandísticos. Seguramente algo hay de cierto en esto, pues son raros los casos, según lo que narra la lectura.

 

Entre mis métodos promocionales favoritos están las ferias y exposiciones, como también la figura de los premios, pues tengo una férrea sensación de que contribuyen más que ninguna otra a la promoción de la cultura en genera, consolidando la lectura como una ocupación habitual, y estimulan los esfuerzos de todo el gremio, mientras también configuran rituales amenos alrededor del gremio. Es decir, en lugar de ir al cine y ver una pésima película, siempre es interesante conocer las novedades de una buena feria o una exposición. En este tenor hasta las presentaciones de los autores son interesantes, sin importar quién sea o qué promocione, existe siempre un folclór particular que envuelve a estos eventos.

 

Finalmente destaco los elementos con los que cierra el editor, que aunque son muy abstractos, no creo que resumen las habilidades de un buen promotor. La imaginación y la visualización de oportunidades hacen la diferencia entre la mediocridad y la contaminación publicitaria y los éxitos inesperados como el manejo del escándalo de Carlos Abascal con Aura, de Carlos Fuentes.

 

Siempre quedan cabos sueltos, porque no se puede aprender y decir todo lo posible, refiriéndose en concreto a la promoción. Las dos cualidades anteriores conllevan necesariamente al potencial que existe en trabajar en conjunto con otros elementos de la industria, puesto que los beneficios pueden ser considerables si se establecen los parámetros para ello.

 

El trabajo de un buen promotor debe de estar siempre velado por ojos bien abiertos y un sexto sentido que desarrolla el la inteligencia, el interés y la experiencia.

sábado, 17 de mayo de 2008

Control de lectura 8. La venta de libros

La última instancia del proceso editorial no es menos difícil que las anteriores. Tiene una particularidad notoria, que es la de ser el momento en que se depositan las esperanzas conjuntas del resto de actividades editoriales. En otras palabras, si el libro no se vende, no habrán servido de mucho el éxito del manuscrito, de la corrección, edición, composición, ilustración, impresión, etcétera.

 

El proceso de ventas de un libro se asemeja mucho a al utilizado para vender cualquier otro producto. La coincidencia no es de sorprender, puesto que todo ello se encuentra dirigido por las leyes del mercado, fincadas en la compra-venta de bienes y servicios.

 

Lo que intento describir con lo anterior, es que una vez establecido el principio general, se pueden comprender las particularidades que hay en el proceso. El ejemplo en la venta de libros lo proporcionan las muchas maneras de venta, que varían enormemente según se considere el lector final, o el intermediario, o los lugares en los que estos se encuentren. También tiene que ver el volumen, la forma de pago y hasta el interés que se perciba sobre el tema para visualizar un mercado potencial de otro libro con las mismas preferencias del primero.

 

Entre la venta a clientes individuales e instituciones, vendedores al menudeo y mayoristas, se encuentra una variación considerable entre el volumen de libros vendidos, factor que repercute en los descuentos otorgados por la editorial y las formas de distribución. Es decir, una biblioteca de la editorial puede bien exhibir sus libros para compras menores, mientras que sería una pérdida de tiempo pedirle a un librero que hiciera lo mismo, si se le puede enviar un catálogo con títulos y precios especificados.

 

Algo que hay que considerar de la lectura, en el caso específico de México, es el mecanismo de descuentos a los mayoristas, que está siendo derogado por la nueva Ley de Precio Único, recién aprobada. En el texto se entiende la razón de ser de los descuentos, pues se señala que la ganancia de un librero mayorista, se encuentra en la diferencia entre el precio bajo el que reciben el libro de la editorial, y el precio final que llega al comprador, que por lo general no varía mucho, toda vez que la posibilidad de variar se copta por la acaparación del porcentaje por parte del mayorista.

 

En el caso de las exportaciones se hallan dificultades adicionales, pues los trámites y el papeleo representan esfuerzos raramente abordables por la editorial, por lo que se recurre a órganos y personas que se especializan en este rubro. Entre las trabas principales, la lectura reseña las diferencias idiomáticas, los obstáculos políticos, la censura, y los factores económicos, obviamente.

 

De igual manera, de entre las puntualizaciones que expone el autor para explicar el proceso de venta, creo que son de utilidad los tres pasos que sugiere: la promoción, la obtención de pedidos y la preparación y entrega de los mismos.

 

No se puede soslayar la existencia del ISBN para la identificación de un libro, pues si bien el autor lo maneja como una herramienta para editores, libreros y bibliotecarios, es muy importante subrayar la legalidad de su existencia, pues determina ante la autoridad específica a cargo la unicidad de la obra y lo protege contra copias, protegiendo así el trabajo del autor, editor, impresor y del resto de personas que participan en su creación.

 

Otros factores de gran importancia para la venta del libro son la promoción, devolución, el servicio, la calendarización y la colaboración con otros departamentos.

 

La promoción involucra los aspectos relacionados a la publicidad, que también se imbrican con actividades de relaciones públicas para la exhibición y trato preferente al libro en librerías, distribuidoras mayoristas, y hasta en sistemas de ventas personalizados, como lo es la promoción por correo.

 

La devolución puede ser un arma de dos filos, toda vez que puede facilitar la comercialización y garantiza cierta tranquilidad para el librero o el distribuidor, pero también puede crear apariencias engañosas para la editorial, y también reducir el esfuerzo de venta en estos intermediarios. Por ello es necesario mediar condiciones, como establecer un porcentaje de devoluciones inamobible y crear márgenes para todos.

 

El servicio, claro está, involucra una serie de virtudes de la editorial que se inmiscuyen en el trato y la calidad humana para tratar a la gente. Así sea una editorial impecable en sus publicaciones, pedidos, facturaciones y demás, podría ser todo esto ignorado si se trata con personas groseras e incomprensibles ante las necesidades del consumidor.

 

Y bien, la caledarización, obviamente, tiene por objeto optimizar todos los procesos de acuerdo a los momentos específicos en que son requeridos, pues el tiempo es una dimensión a la que se encuentra ceñida la industria editorial, como todo.

 

Y bien, a pesar de que ya he hablado de la importancia del la venta del libro, tampoco es posible hay que descontextualizarla, pues se cae en el peligro de reducir todo el proceso a un simple momento, que es el final. También así lo señala la lectura, ya que señala como un riesgo para los vendedores el pensar “que su trabajo es el más o el único importante porque define el ingreso del dinero”. En realidad la posibilidad de generar un ingreso, como ya lo hemos visto, se formula desde la selección de un manuscrito propicio, pasando por una buena edición y un diseño ameno, hasta una manufactura de calidad, entonces se hay que subrayar la necesidad de una buena relación entre los vendedores y entre todos los actores que suman su trabajo a la posibilidad de venta.

 

 

Control de lectura 7. Producción del libro: impresión y encuadernación

El séptimo capítulo del libro pareciera no tener un objetivo definido hasta que termina. “La superficialidad seguramente ha generado algunas imprecisiones. Sin embargo, habremos alcanzado el objetitvo propuesto si logramos motivar al lector para que investigue más al respecto”, así es como sentencia la complejidad de explicar las complicaciones en torno a la impresión.

 

No es para menos, a mi no me dejó algunas imprecisiones, me describió inútilmente prácticas que no conozco y que apenas puedo esbozar en mi mente por generalidades de sentido común. En otras palabras, todos los proceso siguen siendo dudas para mi, pero al menos creo que son dudas que se antojan resolver.

 

Lo más cercano a serigrafía, offset y el resto de la jerga de imprentas lo tengo arraigado por unas cuantas ocasiones efímeras, en que he tenido que ver con invitaciones para bodas, bolantes para fiestas, camisetas, plumas y demás tiliches publicitarios de los que abundan en Isabel la Católica; como también lo relativo a los típicos museos a la informaliad que se encuentran en los portales de Santo Domingo, en el centro.

 

La dificultad de ésta parte del proceso editorial, que incluso el autor insiste en no considerar como tal, es su conjunto de especificaciones técnicas, que atañen directamente a procesos tecnológicos, a conocimientos concretos de instrumentos, herramientas y métodos mecánicos, fotográficos y químicos que se encargan de dar un corpus a la una obra que hasta el momento se concebía sólo con un mayor grado de abstracción.

 

En relación a esto, creo que se puede observar en el desarrollo de todo el proceso editorial una concreción creciente a cada paso, y a través de cada persona encargada de una tarea determinada. Sólo basta contraponer los primeros pasos de elaboración y manejo del manuscrito, en los que la mayor complijidad recaía en las precisiones de las herramientas propias del lenguaje, que redundaban en la habilidad intelectual de las personas involucradas, con los últimos pasos, impresión y encuadernación del libro, en los que más allá de una claridad lógico-concepcual son necesarios un cálculo experienciado y una sensibilidad proporcionada por la experiencia para tratar con las minucias físicas que abarca el proceso.

 

Como bien dice la lectura, “los impresores son fabricantes, industriales”. Sólo bastaría agregar que no por esto son menos importantes, sino simplemente representan otro nivel de creación, indispensable para el buen fin del libro que se tiene proyectado por el conjunto de personas previo.

 

En lugar de describir todas las formas de composición e impresión –situación absurda si consideramos que no las entendí–, creo que es preferible hacer un par de comentarios acerca de lo que representan, que junto con la encuadernación, son las tres instancias de materialización del libro.

 

La composición se refiere a la creación de elementos indispensables para la impresión. Para concebirlo debemos dejar de lado la concepción de impresión mediante inyección de tinta o impresoras láser, tal como las conocemos en áreas domésticas, y remontarnos a los antecedentes de la imprenta, desde los descubrimientos orientales hasta la mentada máquina de Gutenberg.

 

La imprenta siempre se ha valido de tipos, que no son más que una especie de pequeños sellos, que se ordenan para poder plasmar en el papel la idea que se tiene concebida. Sólo que el sistema se intrinca cuando se toman en cuenta las innovaciones del siglo pasado, que se valieron del desarrollo de la fotografía. En este sentido los sellos ya no se ciñen a la idea de un relieve que se entinta y se presiona contra el papel, sino a procesos químicos en los que se manipulan las sustancias para que, basados en la luz, algunos elementos se impriman y otros no. Después hay que sumar las oportunidades informáticas y digitales, relativamente recientes, pero siempre, siempre teniendo en cuenta la relación económica costo-beneficio, que determina el fracaso u éxito finales del sello editorial. Los materiales son muy diversos, así como las técnicas, pero permanece constante una etapa de preproducción de la impresión, por así decirlo.

 

La impresión sigue siendo complicada, en tanto que se relaciona con las muchas opciones de composición, y que incluye de forma determinante el papel y la tinta. De igual forma, hay que considerar el tipo de material a imprimir, puesto que varían los factores del texto a las imágenes.

 

Al final, el encuadernado tiene como misión el doblaje, recorte, acomodo y adhesión de las páginas impresas, para que un libro sea resistente, elegante y accesible. En este renglón no hay mayor complicación en cuanto a técnicas, pues se siguen usando, fundamentalmente el cosido y el pegado como las formas primordiales de unión. Claro está, con variaciones en cuanto al uso de mano de obra o maquinaria, o pegamentos, o tipos de pastas, o tipos de cortadoras, pero en esencia obeden los mismos principios.

 

Un factor verdaderamente importante para abordar los problemas de composición, impresión y encuadernación, es la situación específica de la industria en donde se trabaja, puesto que las opciones varían drásticamente de un país industrializado, donde existen mayores posibilidades, tal vez más caras, y los países en vías de desarrollo, donde es necesario ceñirse a lo existente en la industria, que puede abaratarse en aspectos como la mano de obra.

 

De igual manera, creo que es importante señalar que el editor sigue muy presente en estas instancias que, aunque muy restrictivas por su exigencia de conocimientos técnicos, tienen que ser medianamente dominadas por el editor si quiere optimizar su inversión y llevar a buen puerto la realización del libro.

jueves, 15 de mayo de 2008

Control de lectura 6. Diseño del libro

Después de haberse hecho cargo de la parte verdaderamente importante, el proceso editorial pasa a lo que, a simple vista podría parecer un aspecto banal, que es el diseño del libro.

 

Hago hincapié en la ironía que existe en este paso, porque podría cuestionarse la importancia de un buen diseño en un libro de un contenido de verdadera calidad. Es decir, ¿qué caso tendría buscarle un atractivo adicional a las obras de Shakespeare, o García Márquez, si de cualquier forma lo que importa es aquello que las letras nos muestran?

 

Pues bien, creo que aun en el caso de obras y autores reconocidos, que venden por sí solos, un buen diseño puede hacer la diferencia de una edición respecto a otra, por muchas razones. Ya sea el arte gráfico del diseño, la facilidad de lectura por sus características de impresión y composición o la elegancia que puede significar tener una pasta dura con un buena camisa.

 

Personalmente valoro la importancia de la tipografía, el interlineado, el tamaño y el espaciado para poder disfrutar una lectura sin más esfuerzo del que debería de demandar, pues creo que es fundamental para considerar a la lectura como una opción de actividad. Si a un niño se le muestra un libro, así sea de cuentos amenos, con una presentación inadecuada estoy seguro de que causará una impresión negativa; situación contraria a una edición con ilustraciones adecuadas, con una tipografía amena y una disposición de los elementos que lleve al niño del atractivo gráfico al contenido simbolizado del mismo cuento.

 

Asimismo, el valor de un buen diseño se acentúa en el sistema económico extremadamente competitivo en el que nos encontramos inmersos. Más allá de ponderar el trabajo de un diseñador como forma de garantizar que la lectura llegue a más gente, se trata de hacer que un libro llegue a más cajas de cobro en las librerías. El mismo proceso editorial resulta inútil si no compra con su objetivo económico y no reditúa un beneficio a la casa editorial para darle continuidad al mismo proceso, en otras obras.

 

Para esto, el autor esboza una serie de características que el editor, como encargado general del proceso editorial, y el diseñador, como el encargado del proceso de edición en lo específico, deben de considerar para llevar su empresa a buen puerto.

 

Sin duda, la primera y más importante de ellos es el manejo del papel, pues es un costo que varía directamente según la utilización que se le dé, relativamente sin importar el tiraje. Para esto el diseñador tiene la imperiosa necesidad de definir el número de páginas, de acuerdo al número total de caracteres del manuscrito. El método que proporciona la lectura, a pesar de su sencillez, parece ser el más eficiente para esta tarea. El objetivo consiste en colocar la mayor cantidad de información en el menor número de hojas, vigilando siempre la legibilidad y el atractivo.

 

Otra característica de particular cuidado, también a cargo del diseñador, son las distintas variantes de impresión, pues como sabemos, la tinta representa también un costo directamente variable, de acuerdo al número de ejemplares.

 

El aspecto de la impresión implica el conocimiento de los diversos procedimientos que hay para ello, como también del mercado que agrupa a los distintos impresores, bodegueros, distribuidores de papel y a la tecnología que existe disponible, como sus continuas mejoras.

 

De igual manera, existen otros momentos no menos importantes del proceso editorial, que involucran la labor del diseñador, tienen que ver con la selección de todos los materiales que conforman al libro –pegamento, tela, hilo, tintas, papel, plásticos, ilustraciones, etcétera–, como también la creación de sus partes más importantes, que son la portada y los forros, pues son el rostro del libro y su tarjeta de presentación.

 

También tiene mucha importancia para el diseñador encontrar la congruencia entre su trabajo y el producto de todo el proceso editorial previo, que agrupa las tareas del autor, del editor, de correctores, consultores, entre otros. Entre todos ellos se ha manejado ya una línea de trabajo que representa la idea general del libro, por lo que el resto del proceso se encuentra proyectado en un sentido, y el diseñador haría mal en ignorarlo.

 

Es decir, la necesidad de crear un libro de distribución popular no puede involucrar materiales de alto costo, o tipografía, letras capitales, cornisas e ilustraciones más apegadas a un sector socioeconómico que no le pertenece a la clase popular al que dijimos estará dirigido.

 

Aunque en la lectura no se especifica, supongo que al diseñador se le trata de dar la mayor libertad de acción para que se desenvuelva en sus actividades. A fin de cuentas, es un proceso creativo y el arte se opone a la la constricción, pero todo lo que se hace en el proceso editorial –como en la vida– obedece a circunstancias ajenas que no podemos ignorar o controlar.

 

El diseñador debe de ser un excelente mediador entre el arte, que demanda muchos recursos sin esperar nada a cambio, y la ciencia de la venta, que se rige por el principio contrario de obtener todo lo posible, esperando dar nada a cambio. Es una situación paradógica que confronta a la infinita imaginación humana, con su realidad pragmática, que la reduce y la comprime para otro fin.

lunes, 12 de mayo de 2008

Crónica de viaje

Glorias de mi tierra: El tejate

Apenas repunta el sol, el verdor de las canteras deviene hacia esmeralda. El poblado de Villa de Etla vuelve a la vida con el bullicio típico de su mercado, baluarte del folclor y de la cultura oaxaqueñas.

 

No se puede imaginar Etla sin las inmensas lajas verdes que colman sus construcciones. Pareciera que la tierra reclama con recelo la maternidad de sus canteras, pues no es fortuita su cercanía con las más viejas minas de piedra verde. La orografía divina se dignó agraciar los valles centrales de Oaxaca con el color de la esperanza, según contara la mítica caja de Pandora.

 

De tal suerte, desde el piso hasta las paredes de la iglesia, así como los viejos portales, destellan con la dureza de las esmeraldas que reverdecen aún más cuando son regadas por la lluvia o el rocío o, como en esta ocasión, por el agua que las marchantas riegan en el piso para barrer sin hacer polvo.

 

El puesto de quesadillas se ensambla con el esmero de su propietaria, y unos metros más atrás, en una pequeña fonda, los primeros comensales degustan como desayuno un espumoso chocolate a sopeadas de una hogaza de pan de yema con anís. No se dan abasto con el sabor, cuando una niña de fulgurosos ojos negros les trae, directo del comal, una tlayuda de quesillo con chorizo, de la que se escapan fabulosos aromas de asientos de manteca y frijoles negros.

 

En la entrada que da a los portales, Margarita García, doña Mago, como le apodan de cariño, apresta los enseres necesarios para ganarse la vida un día más. Llega a prisa, a las carreras, ni siquiera deja lo que hace al murmurar “ahorita lo atiendo joven”.

 

Casi con aires de prestidigitador, hace aparecer en una pequeña mesa dos tinas, una pequeña de plástico con una gran bola de masa dentro, y otra más grande, de barro. También se hace de un viejo trapo, un garrafón de agua, dos cubetas de diferentes tamaños y largas bolsas de vasos desechables.

 

–¡Apúrale con el hielo, mija!

 

Del interior del mercado, la hija de doña Mago acarrea con unas pinzas enormes un bloque de hielo, que coloca al costado de la mesa de su madre, para luego comenzar a despedazarlo con un picahielos.

 

–Ya, disculpe usté, joven. Es que se me hizo tarde porque ayer estuvimos todo el día en la Feria del Tejate. –comenta la señora Mago, mientras comienza a ablandar la masa.

En el lado opuesto de la mesa, junto a mí, espera observando la señora Martha, paisana de Nochixtlan, atenta a los diestros movimientos de doña Mago. –¿Ahh sí y en dónde fue eso, oiga?

 

–Pues fue en Huayapan, seño. –¿Ahh, Huajuapan para allá para México? –No, no, esto es por la sierra de Juárez, rumbo a Ixtlán. Es Huayapan, San Andrés Huayapan.

 

Ante mis ojos incrédulos, doña Mago, quien rebasa tranquilamente los cincuenta años, y no alcanza siquiera el metro y medio de estatura, había estrujado la masa por más de diez minutos hasta que le agregó agua para seguirla batiendo. Todo con sus manos desnudas.

 

–¿Por qué no usa una batidora eléctrica, doña? –Pregunto en toda la ignorancia que mi calidad de chilango posmoderno entraña.

 

–No, es que así con mis manos yo puedo saber la temperatura de la masa, y es importante porque necesito saber si le pongo más agua fría, si no, no sale la flor. Por eso es mejor así, y así siempre lo hemos hecho.

 

Mientras transcurre la conversación y Doña Mago sigue haciendo alquimia con los elementos del agua y de la masa, más sedientos, curiosos y antojadizos se acercan alrededor de la mesita.

 

–¿Y qué es eso de la flor? –Es una florecita que crece del maíz –¡¿Ah canijo, en serio?! –Sí, nomás que sólo crece allá en Huayapan, de donde somos. Allá le dicen Güie Bijne, porque es zapoteco. Quiere decir rosa de cacao.

 

Después de haber visto a la cazuela almacenar una bola de masa, con otro tanto de agua de garrafón, totalmente separada de la masa, soy testigo de cómo se han incorporado para dar paso a una cazuela con una mezcla perfectamente homogénea, de la cual sólo escapan algunos grumos, que doña Mago deshace con infinito arte y paciencia.

 

Al momento llegan una pareja de poblanos, intrigados por la rareza de la exquisita mezcla al fondo de la cazuela. –¿Qué es eso, señora? –Es tejate. Lleva maíz molido, cacao blanco y hueso de mamey. Se endulza y se sirve frío. Pruébelo usté.

 

Como en todo buen espectáculo, el número más asombroso queda para el final. Ante la espesura que ha adquirido la masa después de tanto batir, Doña Mago coloca una mano en el fondo de la cazuela, mientras toma con la otra una jícara para verter agua fría sobre la muñeca de su primera mano. El resultado es magia: del fondo de la cazuela salen pequeños borbotones de agua, que se cuajan en la superficie para dejar una capa porosa de la mezcla, que antes era perfectamente lisa. Así continúa Doña Mago hasta cubrir, de pedazo a pedazo por chorro de agua, la entera superficie de la gran cazuela de barro.

 

¿Quiere que se lo sirva en vaso, para llevar, o mejor se lo sirvo en jicarita? ¡Pa’ que se lo tome como se debe!

 

Apenas oye la respuesta, saca un montón de jícaras de guaje, pintadas con bellísimas flores rojas. En una de ellas agrega primero el brevaje dulce que contiene en una cubeta, y luego la mezcla previamente batida, la cual acomoda con esmero para dejar la “flor” cubriendo la superficie del autóctono envase. Al final agrega un generoso pedazo de hielo.

 

El tejate tiene un sabrosísimo dejo de atole, pero mucho más ligero y refrescante. Al tomarlo se vienen al paladar pequeños trozos, gránulos a lo más, de sus ingredientes milenarios, mientras que en los labios se queda una fascinante sensación grasosa que provoca la “flor” del maíz.

 

Una jícara de tejate al medio día es todo lo que una gente cansada puede pedir después de caminar por el incesante calor de los valles oaxaqueños. Refresca, nutre y enorgullece.




Crónicas de mi barrio

Don Talachero

Pues muchas cosas pasan acá por la Juan Escutia, la mera frontera entre Iztapalacra y Minezota. En realidad, yo llamo barrio a todo esto que recorro en la cotidianidad, no me preocupa delimitar mi caminar, ni mi historia a los escrúpulos oficiales con que se establecen las colonias y las delegaciones. Tan es así, que esta historia sucedió, en realidad, en la colonia Pavón, el primer barrio bravo de Neza; ahí mismo donde hace cinco meses persiguieron a un cabrón ratero hasta antes de llegar a la Avenida Texcoco, donde lo alcanzaron dos plomazos de un policía gordo del viejo regimiento que está en la esquina. Es también ahí donde la deficiente política de control antirrábico permite que deambulen jaurías enormes de perros que andan tras de la dama en brama. Pinches perros, casi les tienes que pedir permiso para pasar por que al más mínimo descontento ya te andan pelando los dientes. Pues es en este pintoresco crisol, donde se funden momentos y personas día a día para crear historias, fue donde se dio la coyuntura necesaria para que me encontrara con Don Talachero. La neta no sé cómo se llama, lo he frecuentado por años, pero nuestra relación se limita siempre a comentarios sobre llantas, válvulas, parches vulcanizados, clavos, dibujo, antiderrapante, pibote, tapones, rines y demás porquerías necesarias para poder disponer del coche; esporádicamente también intercambiábamos impresiones sobre nuestras vidas y sobre la vida. Ésta costumbre se vino haciendo más y más frecuente desde que comencé a ir sólo; es decir, sin mi papá, que era quien manejaba la diplomacia, a mi sólo me tocaba la parte técnica, lo referente a verificar que al ruquito no se le fuera a ir el patín y la defecara en las talachas, cosa que nunca pasaba.

 

En esta ocasión no llevé el chevy. Pepe había reventado la noche anterior otra llanta del Corsa y no se quiso arriesgar a llevárselo, por aquello de no disponer de la refacción, que justamente tiende a necesitarse cuando no está. Fue un miércoles... en realidad no lo recuerdo, pero supongo que fue así, por que es el único día que pude haber estado por mi casa durante la mañana. Llegué al taller donde, a diferencia de otras ocasiones, no estaba el señor sentado en la pila de llantas viejas que tiene apostadas a la entrada, a manera de sillón. Me tuve que entremeter al taller para echarle un grito; mientras lo hacía observé el mismo panorama que recordaba de la vez anterior: un modesto cuarto de seis por cinco metros, sin mayor ornamento que la cara del tabicón embadurrada con cemento; muchos instrumentos que apenas rebasaban lo rudimentario, distribuidos a lo ancho del cuarto; los posters de viejas en bikini, y otras en traje de rana que posan impúdicas en los calendarios que distribuye Bard, Bosch y otras marcas de la industria automotora; y madrales de llantas de todos los tipos y tamaños regadas a lo ancho de aquel modesto taller. Eso sí, cada cosa estaba donde debía de estar; el orden hablaba de la calidad con que el señor desempañaba su trabajo.

 

En eso estaba, cuando salió por la puerta de al lado. Parecía fotografía; será por que siempre usa el mismo overol azul con las iniciales de la SETRAVI, que mantiene como costumbre de trabajo, reminiscencia de aquellos años en las dependencias de gobierno. Traía los mismos zapatos negros, viejos pero bien limpios; la misma cara morena lacerada por el tiempo en los profundos surcos que dibujaba su expresión, el mismo bigote tupido y canoso, muy a juego con su cabello, que mantenía el mismito peinado que le recordaba de siempre: corto y ligeramente de lado, con la raya a la izquierda. En realidad hay pocas personas cuyo nombre te remite directamente a una huella visual, pero por la constancia de este señor en su apariencia, fácilmente me acuerdo de él cuando oigo hablar del viejito talachero.

 

-¡Quiooooobo muchacho, ¿cómo está?!

 

Su efusivo saludo de inmediato me hizo sentir en confianza. Le platiqué sin problemas del nuevo problema en las llantas. En realidad nunca es necesario, es como simple protocolo para darle a entender que no lo he ido a visitar por alguna novedad. Es más, siempre responde lo mismo:

 

-Cómo no hijo, ahorita lo checamos.

 

Sólo le indiqué que era la llanta que venía en la cajuela, la bajé y la tomó para rodarla hasta la entrada a su taller, donde tiene todas sus herramientas a la mano, aparte de una generosa sombra natural que se forma por la alta cornisa de una ventana en la planta alta. Ahí tuvo lugar el mismo ritual de siempre: lavar la llanta, checarla en la pileta de agua jabonosa, quitarle la válvula, esperar a que se desinfle, desmontarla del rin y pasar a la inspección manual para detectar parches viejos y clavos nuevos; es asombroso el rigor metodológico que mantiene el viejito a pesar de sus años, eso es lo que habla de un buen trabajo. Y es desde ahí desde donde empieza el adoctrinamiento, el señor enseña con su actitud a ser bien hecho; cualquier otro gañán se hubiera saltado pasos y habría hecho cualquier porquería, pero no el viejito, ese señor es tan confiable como aquellas cosas viejas que no se mantienen por eficiencia, sino por edad.

 

Es en ese inter cuando se intercalan las conversaciones de una forma maravillosa. Hablamos de la vida y de la talacha, pero a veces parecemos hablar de lo mismo por que la simpleza de situaciones como esta, en presencia de un personaje como éste, permiten incluso hablar de la vida como una talacha, por que a veces eso lo que es; las analogías y las metáforas no son propias sólo de un carácter ocioso, sino de la facultad observativa de una persona que tiene el humanismo necesario para ver señales de vida donde el ritmo acelerado de la cotidianeidad no las ve. Aparte, las personas mayores son más propicias a esta actitud, puesto que se hayan en el entendido de que han hecho lo que les ha correspondido hacer en la vida, sin prisas por hacer todavía más, y remiten su serenidad a aquello que durante la vida han aprendido a hacer, cediéndole una calidad incuantificable en que parece importar más la manera de hacer las cosas, que la cosa en sí. Parece como si hubieran entendido de alguna forma durante su andar lo que dice el verso: la felicidad no está en llegar a la cima de la montaña, sino en la forma de subir la escarpada. Esa sabiduría es savia pura que alimenta a un joven como yo que vive en la desesperación por acabarse el tiempo, antes de que suceda al revés; la avidez por hacer las cosas de forma práctica y sin sentido desmerita su procedimiento y afecta directamente el resultado final.

 

En eso encuentra el señor un parche viejo, despegado de la cara interna.

 

-Uuuuuy hijo, la rodaron baja.

 

Tenía razón el viejo. El cabrón de Pepe por andar a las carreras no calibró bien las llantas y rodó la delantera de la izquierda con menos libras de presión de las que le correspondían; la presión contra el pavimento hizo que se pandeara el dibujo y que se levantara el parche.

 

-Sí señor, es que ese cabrón nomás anda a las carreras. Con eso de que ya trae novia.

 

-Uuuu no, pues no mijo. Es que así está cabrón; si anda ocupado en el otro hoyo, ¿cómo va a ver los hoyos de la calle?. -Pinche viejo rasposo, todavía se la saca con sus bromas, pensé mientras me cagaba de la risa.

 

-No, es que cuando es uno joven es bien distraído. Si yo me acuerdo... Fíjate, a los 21 años ya andaba de camionero por el norte; pasaba a cargar gasolina al otro lado para ahorrarme una lana. Tenía permiso para internarme 40 millas, pero a mí me valía madres. Si me crucé tranquilo hasta Canadá... ¡son más de dos mil kilómetros mijo!.  -Siguió contando mientras llevaba la llanta adentro del taller para montarla en el aparato donde vulcaniza.

 

-No, pero a mí que me duraba. Es que cuando es uno joven se quiere acabar el mundo a puños. Nooo mijo, si me cae, chico se me hacía el mar pa’ echarme un buche de agua, de veras. Ahora ya es otra cosa, nomás salgo en mi arañita aquí al Estado de México, tranquilo, para visitar el fin de semana a mi sobrino que vive acá por Tianguistenco. Vamos a Chalco, vamos a Toluca... ahí nos la llevamos despacito mijo.

 

Me inspiró la vehemencia con la que evocaba su pasado. En esa simpleza de lenguaje, saturado de groserías, y en construcciones gramaticales sencillas me recitó el sentir del célebre "juventud divino tesoro, ya te irás para no volver...", pero un sentido mucho más amplio y aun, con más belleza. Sólo viejos como éste son capaces de transmitir un conocimiento significativo de la vida, por el símple hecho de que la han vivido y de que eso forja en el alma una impresión muy diferente a la que confiere un título académico; por que creo que el filósofo más brillante no lo fue más por ser filósofo que por tener experiencia en la vida. La sabiduría no se aprende, se adquiere, se vive. Incluso los antiguos lo entendían así y le concedían al viejo un lugar en el concejo, por que sabían que las decisiones importantes requieren invariablemente de ese conocimiento profundo, que trascendía en importancia al conocimiento de la caza, del tejido y de la guerra. Hoy las edificaciones personales se derrumban por que la sociedad occidentalizada, ciega en su pragmatismo, ha relegado al viejo al papel de mantenido, puesto que no le puede aportar un conocimiento práctico y utilitario, que remunere a corto plazo. No existe en la construcción humana, ni el sentido, ni la identidad, ni el sentimiento; perdemos cuánto de humano tenemos para pertenecer a una sociedad liviana, cimentada en una ideología liviana que es detentada por una cultura igual, que por dicha livianez pierde la riqueza y la esencia misma de la vida.

 

Hay que valorar a los viejos.