domingo, 13 de abril de 2008

Control de lectura 5. Corrección del manuscrito

En este capítulo del texto observamos la existencia indispensable de una especie editorial que es necesaria para darle continuidad al proceso, y que se relaciona directamente con el resto de la fauna de este ecosistema. La etapa de corrección del manuscrito recae en dicha especie por sus particularidades con respecto al editor y al mismo autor.

 

El corrector es una criatura dotada de unos ojos superdesarrollados que mantienen una unión más gruesa con su cerebro, lo que le permite maravillosas habilidades editoriales. Así como una águila puede detectar a su presa a más de cincuenta metros de altura, a un corrector le bastan, a veces, fracciones de segundo para que su vista posada sobre una página del manuscrito pueda identificar errores de legibilidad, unificación, gramática, claridad y estilo, veracidad de la información, propiedad y legalidad, y detalles de producción.

 

La agucia de tales habilidades no tiene nada que ver con una arbitraria relación comparativa con otras especies, en términos de mejor o peor. Se trata del ejercicio constante de las mismas tareas y sus incontables vicisitudes, a través de siglos y siglos de evolución, lo que ha seleccionado darwinianamente a los mejores individuos para perpetrar su oficio durante el tiempo, diferenciándolo claramente de criaturas con géneros y familias afines, como el autor, el editor, el tipógrafo, etcétera.

 

Por ello el autor del libro asegura que existe una ventaja del corrector con respecto al autor, pues es capaz de “percibir la obra con mayor distancia". 

 

En cuanto a esta capacidad de percepción, y a la diferenciación gradual que existe entre los individuos encargados de diversas etapas del proceso editorial, se puede distinguir una aproximación sui generis en cada uno de ellos, ya que van aumentando o disminuyendo los enfoques espaciales hacia la obra, o bien, en términos ópticos, varía el tipo de aumento con que cuentan los lentes de cada una de las especies.

 

Por ejemplo, el autor permanece en una visión casi estratosférica, pues está su mirada en contacto directo con la infinitud del conocimiento, y su capacidad de concretarla en el espacio físico de un libro le hace contar con una habilidad de síntesis límitada, relativamente. Digo relativamente por que el corrector, al contrario, enfoca la visibilidad de su universo sólo en la obra en cuestión, por lo que puede agudizar su atención a aquellos errores conceptuales y cognitivos que presente la obra, así como otro tipo de minucias técnicas y formales que ya he reseñado más arriba. En el final del eslabón se halla el tipógrafo –hablando de un hipotético ecosistema editorial que no cuente con una cadena alimenticia tan extensa en el que se hallen especies como un ilustrador, un diseñador, correctores especializados u otros asistentes; tales son propias de los grandes ecosistemas de empresas editoriales con mayor envergadura–, pues es el tipógrafo la última instancia por la que atraviesa el manuscrito antes de atravesar las impresoras. Éste cuenta con un áugulo de visión estrechísimo, cuya habilidad versa en identificar cualquier problema a erradicar, para llevar a buen puerto la impresión final de la obra.

 

Contrario a lo que sucede en la naturaleza verde y convencional, la cadena alimenticia que he resumido no basa su éxito en que sus miembros se devoren sucesivamente, y en orden de tamaño, sino precisamente al revés; es decir, la cadena alimenticia entera sobrevive si, y sólo si trabajan en colaboración constante para alcanzar su fin último, que es el éxito del libro. Tal contradicción de enfoques acerca a esta última cadena alimenticia a la naturaleza que la define: la naturaleza de una empresa editorial.

 

Prueba de lo anterior es la relación íntima que existe entre el corrector y el autor. El desempeño de cada quien no compite con el otro en ningún momento, sino que, idealmente, se complementa, supliendo la falta de pericia el autor en la detección de errores de estilo, ortografía, orden, uniformiad, etcétera, contra las carencias del corrector, que a pesar de ser una persona con un acervo cultural amplio, no tiene la capacidad intelectual del autor para desarrollar el tema del manuscrito en cuestión.

 

El resultado de esta complementación puede ser desde una satisfacción mutua por el éxito obtenido, hasta una profunda amistad que niegue otro binomio de relación laboral, como alude el texto en el caso de los autores que no trabajan más que con un corrector. Y por el lado contrario, cualquier discrepancia mal abordada puede traer como consecuencia un insulto tácito a la labor y a la persona de cualquiera de las especies que hablamos.

 

En esta última parte es el donde la naturaleza editorial se antepone a la naturaleza verde –valga la expresión–, e involucra lo más profundo del ser humano, que es la inteligencia y el sentimiento –que es la forma más elemental el conocimiento, según el profesor Calvimontes. En otras palabras, en este párrafo es donde el símil con la naturaleza se rompe y hablamos de lo más elevado del ser humano. Oficio de intelectuales, trato de caballeros y pretensiones divinas. No tratamos con el autor, el tipógrafo, el editor, el ilustrador, el diseñador o el corrector. Tramos con Pedro, Juan, Bertha, o quien sea que fuere la mentada persona.



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